Y se nos va la vida, efímera y fugaz,
como un suspiro que se pierde en la inmensidad.
En el tiempo que se escapa, lleva consigo seres amados,
dejándonos preguntas sobre si nos volveremos a encontrar.
Nos sumimos en la incertidumbre, en la eterna cuestión,
de si existe un espacio físico tras la despedida,
donde nuestros corazones vuelvan a entrelazarse,
donde las almas reencuentren su añoranza compartida.
En cada amanecer que rompe el horizonte,
se enciende la esperanza de un reencuentro sublime.
En el susurro del viento, en el fulgor de las estrellas,
buscamos señales, indicios de un abrazo que redime.
En la melodía que nos une a través del tiempo,
en cada risa compartida y lágrima derramada,
se fragua un lazo indeleble que nunca se desvanece,
una promesa silente de un reencuentro en la morada.
Quizás no haya espacio físico tangible,
donde los cuerpos se entrelacen nuevamente,
pero en el amor y los recuerdos que perviven,
nos encontraremos siempre, aunque distante se encuentre.
En el latir de los corazones que nos extrañan,
en la fuerza de los lazos que jamás se rompen,
en el eco de nuestras risas en los rincones del universo,
hallaremos consuelo, esperanza y un renacer sin sombras.
Y así, mientras la vida siga su curso veloz,
aferrémonos al amor que nos une en esta travesía.
Cada instante vivido, cada sonrisa compartida,
es un tesoro que nos guía hacia la eternidad, cada día.
Y se nos va la vida, pero el amor perdura,
en los corazones que laten con fuerza y pasión.
Nos volveremos a encontrar, en un lugar sin fronteras,
donde el tiempo se desvanece y renace la unión.
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