En el silencio del cosmos resuena un grito,
un eco partido en dos voces:
el Padre que dicta sentencia,
el Hijo que suplica clemencia,
y ambos son uno, desgarrándose
en la misma carne de eternidad.
un eco partido en dos voces:
el Padre que dicta sentencia,
el Hijo que suplica clemencia,
y ambos son uno, desgarrándose
en la misma carne de eternidad.
Yahvé levanta su puño de fuego,
Jesús responde con manos traspasadas;
no hay vencedor,
solo un espejo quebrado
donde Dios se contempla a sí mismo
y no se reconoce.
La creación tiembla bajo sus pies.
¿Para qué encender estrellas,
si del barro brota el acero y la sangre?
¿Para qué dar aliento,
si el aliento deviene pólvora
y la pólvora arrasa galaxias?
El universo observa en silencio,
aguardando el último suspiro divino.
¿Será ceniza el destino de la humanidad,
antes que sus naves infecten otros cielos?
¿Será que Dios mismo borre su firma
antes que el hombre firme la suya en la ruina?
Padre e Hijo se desgarran,
una sola voz que delira,
como esquizofrenia de eternidad:
crear, destruir, callar, gritar.
Y queda suspendido el juicio,
como un filo que no cae,
como un final que nadie dicta.
La humanidad continúa,
con su hambre de expansión,
con su semilla de muerte.
El cielo permanece oscuro.
No hay redención.
Solo un Dios dividido
que aún no decide
cómo cerrar el telón
Impresionante. Me quedo reflexionando esos versos tan fuertes y dolorosos. No soy capaz de opinar al nivel que requiere tu poema, porque hasta mucho que entender y que no entiendo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.