Cuando el suspiro se escapa en la brisa,
y el mundo se apaga en un dulce temblor,
ella aparece, vestida de calma,
con ojos de sombra y cabellos de sol.
No trae guadañas ni truenos ni miedos,
sólo una mano de tibio cristal,
y una sonrisa que pesa en el alma
como un recuerdo de un sueño final.
Sus pasos resuenan en la madrugada,
un vals sin orquesta, sin prisa, sin fin.
Te toma en brazos, tan leve, tan lenta,
que no sabes bien si estás por morir.
Sus labios murmuran secretos antiguos,
canciones que sólo el alma entendió.
Y tú, ya sin cuerpo, danzando en sus brazos,
descubres lo dulce del último adiós.
Ella no juzga, no hiere, no exige,
te envuelve en un velo de eterno amor,
y mientras el mundo se aleja en penumbras,
te lleva a la luz… sin ruido, sin dolor.